domingo, 23 de marzo de 2008

LA ESTIRPE DE LA RUINA



Nada tan desnudo
como la placa base de un ordenador rendido.
Nada y, sin embargo, permanece a la intemperie la reseña
o esa encrucijada inextricable del metal,
a menudo, tan insólita.
Conoceré, decían, el tacto de la desolación
en su empapar prolijo y la pregunta extinta al nacimiento.
He aquí la ceremonia cuántica
de una vértebra de cobre, exangüe, hemolizada.

Extraño dormitorio, el veredicto inquebrantable
de la depilación del ser
en la midriasis quieta de un alambique experto.
Porque, no hay herejía en vidrio
para la objetividad electrolítica,
ni catión que no acostumbre, a morir el límite.

Se me acabaron los pasos, el monólogo y también, la adolescencia
que siempre crees, sea la espiral. Incluso, mencionar el trébol
en el epígrafe transcrito del léxico binario.
Apenas si recuerdo del teclado, la niñez,
y, hace días, de la liturgia en fa
de todas las tangentes, desvistiéndome.

Extraña, sí, la estirpe inextinguible de la ruina
dando pie a la cizalla. Nada, el naufragio,
ni el lívido algoritmo del Alzheimer.

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