sábado, 22 de marzo de 2008

EL METAESTABLE SOLILOQUIO DE LA PLUMA



Es la deconstrucción de la forma.
La insomne avanzadilla del depredador
en la lentitud del celuloide. La mirada penetrante que cincela
y el marco sin futuro de todo lo que fue.

Hubo un suspiro, (al menos lo creí),
en el que las hojas temblaban sus secretos
y perfilaba la brizna, el contraluz. También hubo un adverbio
en el que el tiempo sucedía y el interrogante desvelaba
ventanas como pórticos.
Aquel tablero de un allá con superficie.

Ahora, es un decir. Porque, en la disolución,
nada hay que pueda sostenerse y las palabras,
agonizan el concepto, en un celofán inmóvil.
Tampoco transparencia
en la que sucumbir el alarido.

Indiscutible, la base estratégica del hueco,
donde las sibilas validan los oráculos
de la cetrería en ónice, de un escalpelo mudo.

¡Tanta alquimia en la epopeya
y, un intérprete silente,
arrasa la logística y el castillo de naipes
por muy insumiso que fuera, el margen del reloj!

Hablan de negrura, e ignoro cómo es la noche
de éste sin idioma.
Supongo que tergiverso la entropía, y creo tornasol,
cuando barbitúrico, por siempre, fue desde el comienzo.
Sin embargo, aunque constato esta dolencia,
no dejo de preguntarme por aquella sobredosis
de un graffiti de memoria
del que ya, dudo hasta su huella. ¿Serán las impresiones
iconoclastas albaceas
y ni siquiera los sueños sean monocromos?

Ni atardece, ni hay viento que corroa el almagre
en el metaestable soliloquio de la pluma.

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