y matas de espino y de genista
asomó el carro acorazado aplastando las orugas
los brotes que el eneldo construía
sobre el mar polvoriento de la tierra.
Apenas
el vestíbulo del estío despuntaba
madurando los vientres de las flores
y ya el metal incómodo, inconmovible y lento
masacraba sin permiso, adelantando el ruido
sobre el silencio huidizo de la alondra.
Eran maniobras que el hombre disponía
en la defensa de sí mismo, eran bosquejos de muerte
enhebrados en una espiral de violencia
inserta en el eje volcánico del mundo.
Se me quedaron los iris hueros
en el panel vacío de la impotencia
y, al terminar la retahíla de hierro independiente
de sembrar espectros a caballo,
vi el futuro en un jinete que de oscuro
reinaba en el trono de las sombras, y vi
calaveras en desfile
con una oración de sonrisa caústica
sobre la boca lúgubre y la mandíbula, y campos yermos
bordados de huellas paralelas, esqueletos de surcos escindidos
con rosarios de pies de acero inoxidable,
engarzados bajo tanques de ojos ciegos
y cabezas romas y voces sin guión
con lenguas de fuego y escarlata.
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