Era el espacio territorial de la penumbra,
el tiempo genético de lo incierto,
donde, hasta los obuses, eran ruinas
desvestida la carcasa.
Era un golpearse las mareas
de agotada singladura
en el quicio crepuscular de los quejidos.
Tosían los oráculos
su discurso cotidiano de cicuta y
el buscador de internet, encontraba a la primera,
desolación en las alcobas del emporio de Pandora.
¡Cuánto viaje realicé!....un ir y venir
por los conceptos pantanosos del absurdo,
sin electrolitos la linterna y
una brújula de litio,
como aborigen en un marco inadecuado.
Derruidos los cimientos del complejo urbanístico
que el algoritmo de lo falso
tatuó en la piedra filosofal de los sofismas, y
desmembrada la memoria
de la ruta grabada
en la carta de navegación del nacimiento,
tuve que morir,
no una, sino, varias veces,
recorriendo el camino de sal de Ghandi e
hilar el lino con mis manos.
Visitar la caja fuerte de Bill Gates
y la galería subterránea de Nestlé,
para darme cuenta
que los ángeles no repartían hamburguesas
y el alfa y el omega
estaba ausente
de la conferencia de la UNESCO.
Menos mal, que comí un día con Bono
y me pasó la partitura de Sidharta.
Había yo ya estudiado el sida
y sabía que Glaxo, bloqueaba los genéricos.
Me dio la pista Marx sobre la industria
cuando me pusieron el exámen de malaria.
Reconozco que de Engels,
copié ese día un poco, mientras San Martín
vigilaba en la tarima.
El viaje fin de carrera
lo realicé al río Ganges, mientras
los de químicas
tomaron el avión para Sudán.
Al volver nos dimos cuenta
que el alacrán
había desayunado siempre con nosotros
disfrazado de edén inalcanzable.
De repente, la toxina de absoluto
nos dio alergia
y por eso decidimos al salir del coma,
sufragar los gastos entre todos
del proyecto de Payasos Sin Fronteras.
Ahora, cada día, en las recetas,
despliego el póster de Guevara
según oigo a Labordeta
gritando libertad con voz cascada.
el tiempo genético de lo incierto,
donde, hasta los obuses, eran ruinas
desvestida la carcasa.
Era un golpearse las mareas
de agotada singladura
en el quicio crepuscular de los quejidos.
Tosían los oráculos
su discurso cotidiano de cicuta y
el buscador de internet, encontraba a la primera,
desolación en las alcobas del emporio de Pandora.
¡Cuánto viaje realicé!....un ir y venir
por los conceptos pantanosos del absurdo,
sin electrolitos la linterna y
una brújula de litio,
como aborigen en un marco inadecuado.
Derruidos los cimientos del complejo urbanístico
que el algoritmo de lo falso
tatuó en la piedra filosofal de los sofismas, y
desmembrada la memoria
de la ruta grabada
en la carta de navegación del nacimiento,
tuve que morir,
no una, sino, varias veces,
recorriendo el camino de sal de Ghandi e
hilar el lino con mis manos.
Visitar la caja fuerte de Bill Gates
y la galería subterránea de Nestlé,
para darme cuenta
que los ángeles no repartían hamburguesas
y el alfa y el omega
estaba ausente
de la conferencia de la UNESCO.
Menos mal, que comí un día con Bono
y me pasó la partitura de Sidharta.
Había yo ya estudiado el sida
y sabía que Glaxo, bloqueaba los genéricos.
Me dio la pista Marx sobre la industria
cuando me pusieron el exámen de malaria.
Reconozco que de Engels,
copié ese día un poco, mientras San Martín
vigilaba en la tarima.
El viaje fin de carrera
lo realicé al río Ganges, mientras
los de químicas
tomaron el avión para Sudán.
Al volver nos dimos cuenta
que el alacrán
había desayunado siempre con nosotros
disfrazado de edén inalcanzable.
De repente, la toxina de absoluto
nos dio alergia
y por eso decidimos al salir del coma,
sufragar los gastos entre todos
del proyecto de Payasos Sin Fronteras.
Ahora, cada día, en las recetas,
despliego el póster de Guevara
según oigo a Labordeta
gritando libertad con voz cascada.