Macizo del VIGNEMALE. 3298 m. Vertiente norte. Final del valle del Gaube.
Reserva de la biosfera. Hautes Pyrénées. France.
Había perdido el corazón
en un torrente de continuos desvaríos, un sin saber
caminando por la oscura senda de la incertidumbre,
atravesando sin brújula parajes devastados,
recorriendo los desiertos en zig-zag . . . Había perdido el corazón
que yacía en un presente anémico,
aterido y devorado por los pseudópodos de la desolación,
con el futurible inconcluso decapitado por agotamiento.
A pesar de haberlo intentado,
a pesar de haberse alistado en la guerra contra los espectros,
extraviado en medio de la inconsciencia, ahí estaba
la ruina de lo que fue, vencido y desangrado
el sentimiento, en el declive final del abandono . . .
alcanzado por la bala póstuma del fractal de la traiciones.
Sí, te había irreversiblemente perdido,
corazón. Extinguido tu último aliento . . .
Estaba dispuesta ya a recogerte
y envolverte en un sudario, a despedirme de ti,
cuando los pedazos del rompecabezas
fueron encontrándose, sedimentando el poso,
en el lugar aquel
a donde el fragor de la contienda te llevó. Hasta
ese remanso crucial, esa artesa glacial
donde la solidez se respira
flanqueada por inmensas moles de roca incombustible.
Donde la ingente sensación de coherencia
extiende su manto como balsa de aceite y
con imponente y radical coraje
determina el ingrediente principal de la reconstrucción.
Poco a poco
el espíritu de la liberación fue filtrándose
haciendo inventario de los jirones esparcidos.
Con la precisión y la firmeza del tiempo geológico,
fuiste resucitando de la mano dinámica
del duende de la altura. Fueron
demoliéndose los fantasmas interiores y
desbloqueando el impasse, apareciste,
en medio de la síntesis de tus señas de identidad perdidas.
No necesité ya que doblaran las campanas
y siguiendo la estela del agua de la vida,
esa cascada surgida de la fusión de los heleros,
escuché tu voz inconfundible, reconociéndote sin dudar.
Te encontré corazón mío, te encontré. Te encontré
como nunca, en medio de la terraza de la solemnidad,
poseído por la fuerza indestructible de la integral de la piedra,
ese vínculo constante en la héjira del porvenir . . .Y
como en la tierra prometida ya, como
en la catedral de la serenidad, te encontré
en silencio, feliz, embriagado por el hechizo del conocimiento,
inserto al fin en tu ecosistema.
Del libro "En el confín de los secretos"
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