Poseen los árboles en la niebla,
una suerte de léxico mudo que apuñala
la celosía itinerante y circunfleja,
de ese tul engastado de innúmeros prefacios
que, en extrema delgadez, tejen,
palabra tras palabra, la cosmética
que viste de enigmas los caminos.
No es aroma, ni siquiera tacto,
es un lento impregnarse
de la sensual armonía
de un idioma reservado a las vestales,
cuando en silencio, el labio pronuncia
la inasible sintonía del vapor
destilado por los dioses.
capítulo en escalpelo,
directo al santuario emocional de las pupilas
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